top of page

La Venus de Coranti

Entradas del foro

Irene Gutiérrez Coranti
02 ago 2021
Los celos NO son amor content media
0
0
4
Irene Gutiérrez Coranti
02 ago 2021
In Vídeos
Tú ya eres una persona totalmente completa. ¿En qué te ha hecho pensar este vídeo? ¿Cuál es tu reflexión?
Dependencia emocional.  content media
0
0
0
Irene Gutiérrez Coranti
02 ago 2021
Yo también te quiero (yo tb tq) content media
0
0
0
Irene Gutiérrez Coranti
02 ago 2021
In Vídeos
¿Qué pensáis sobre este vídeo? ¿Alguna vez has estado en una situación similar?
El Whatsapp y las parejas content media
0
0
1
Irene Gutiérrez Coranti
18 feb 2021
In Rompiendo Mitos
Si es sexo, es coito, si no hay coito no hay placer. Cualquier otra cosa no cuenta, no es sexo. ¿Qué piensas sobre esta frase? ¿Qué es para ti una relación sexual? ¿Implica penetración? ¿Qué pasa cuando no hay penetración? ¿No se trata de sexo?
¿Verdadero o Falso? content media
0
0
7
Irene Gutiérrez Coranti
18 feb 2021
In Relatos Eróticos
El aroma de su colonia… Ese detalle es el que me puso alerta. Un perfume, ese toque que ellos olvidan pero que yo percibí. Sabía que alguien llevaba uno igual y no me di cuenta hasta el día en que invitamos a nuestros vecinos a cenar. Cuando ella se acercó a mí e intuí el por què de los cambios que había notado en mi marido últimamente… esos pequeños detalles que van perfilando a una persona nueva, esas sutiles que suceden día tras día y que acaban provocando un cambio radical. Entonces empecé mi persecución, observándoles en cada detalle de la cena, esas sonrisas tan ajenas, tan aparentemente inocentes, pero que tenían de trasfondo algo más; las miradas que se cruzaban, esos detalles de los que ellos no se daban cuenta y yo percibía. La noche no era más que una cena entre amigos, aparentemente, pero a medida que transcurría se convertiría en una duda permanente para mí. Aquella mujer tan hermosa, con un cuerpo impecable, con esos pechos que yo imaginaba tan perfectos… y su sonrisa cuando me hablaba, esa mirada tierna y seductora; ella era la mujer que tal vez todos y todas hemos soñado algún día y ahora resultaba que era él quien estaba con ella. No acertaba muy bien a comprenderme a mí misma, estaba enfadada, me sentía dolida y engañada, al mismo tiempo que sentía celos de mi propio marido. No se la merecía. A partir de aquel día empecé vigilarles, tenía que hallar el medio de encontrarlos juntos. Sabía que algún día los descubriría, aunque hasta ahora sólo eran dudas, temores, intuición de mujer. Tenía que saberlo de cierto. Aquel perfume me trastornaba cada vez que la encontraba o salíamos juntas a algún lugar. Siempre era el mismo y a veces él tenía el mismo aroma. La misma fragancia en su ropa cuando volvía del trabajo. El cambio también era evidente en su forma de comportase conmigo, cada vez lo sentía más lejos de mí y no encontraba la forma de retenerlo. Una vez era por un detalle insignificante, uno de esos toques que observamos desde afuera y de los que ellos no se dan ni cuenta. La falta de deseo también era evidente, demostrándome en la cama una actitud cambiante día a día y eso se percibe, aunque trates de disimular, fingir. Y yo estaba cada día más receptiva a esos cambios en él. Tal vez si no sospechase nada, hubiera pensado que podía ser normal, unos malos momentos en nuestra vida, esos que todos pasamos en alguna época, un tiempo de hastío en la relación en el cual me incluyo yo misma. Pero ahora necesitaba saber si era sólo por mí o por lo que yo sospechaba. Era una situación que necesitaba aclarar y tener las respuestas a todo ese malestar. Así que encubrí mis sentimientos en la relación con mis vecinos un día tras otro para encontrar el medio de descubrir lo que yo intuía. Comíamos o cenábamos juntos algunas veces, teníamos una relación más que de amistad de vecinos, había mucha confianza entre los cuatro, su marido era muy reservado, muy guapo la verdad, de esas personas que ves y realmente te quedas con él, pero después, al conversar juntos, no sabes muy bien hacia donde va, su seriedad me desconcertaba a veces y resultaba muy difícil llegar a él. Con el mío se llevaba muy bien y aunque éste no tenía una personalidad tan seria conseguía, quizás por ser tan opuesto, sacarlo de sus casillas en muchas cosas y tal vez eso era lo que les unía en tales ocasiones, sacándolo de aquel mundo serio e impenetrable, y resultaba hasta divertido ver las reacciones que ese contraste provocaba entre ambos. Ella, al contrario, más abierta, envidiable en cierta forma, atraía sólo con verla y al tratarla aún era más especial. Podías quedarte quieta mirándola mientras hablaba de cualquier tema. Era pura sensualidad, parecía tener un imán en su cuerpo, te miraba y sus labios parecían que iban a devorarte en cualquier momento mientras hablaba. Su cuerpo era extremadamente erótico por definirlo de alguna manera, ágil en sus maneras y cuando caminaba o se te acercaba parecía que no iba a parar y se entregaría a ti. La envidaba, tengo que reconocerlo, no por que imaginara que estuviera con ella, sino porque tal vez yo quisiera ser ella o poder sentir esa personalidad mía o aunque parezca extraño, poder ser yo mi marido. Llevar yo aquel aroma conmigo, traspasar la frontera que me une a ella, una duda en mi mente, un deseo tal vez, ligado a mis fantasías y que posiblemente jamás ocurra pero que perdura en mi cabeza en muchos instantes. Secretos inconfesables a veces que me seducen a mí misma imaginando aquello que no tengo a mi alcance y que tan cerca está de mí. Recuerdo un día que ella iba a comprarse ropa, la acompañé a varias tiendas para probar, me resultaba casi increíble verla allí, cambiándose delante de mí y cada vestido que se probaba, cada seda en su piel, cada color en su cuerpo la realzaba aun más. Sus movimientos atrevidos mostrándose, como una pasarela de modas en especial para mí. No podía sacarme de la cabeza aquellas sensaciones al verla así, quería abrazarla,sentirla mía y me sentía suya aconsejándole en cada momento. Cuando se desnudaba, lo hacía con una gracia perversa, mostrándome sin pudor su sensual cuerpo, sus curvas perfectas, sabiendo tal vez que un frenético deseo se apoderaba de mí, ella lo sabía. Los días pasaban sin más. Llenándose mi casa de aquel aroma tan excitante y mi mente deambulando entre dos mundos unidos por un hilo que en cualquier momento podría romperse. Ella y él. Dudas de mi pasión a mis fantasías y dudas de la perdida de pasión hacia mí. Tuve una llamada de urgencia aquélla mañana y tendría que marcharme de casa y regresar posiblemente muy tarde. Mi marido se quedó en casa y me empujaba a salir diciendo que no tuviera ninguna prisa. Casi me estaba dando pistas con sus buenos consejos, aunque lo que él no sabía era que yo había planeado aquella llamada. Así que me fui y me despedí de él con la frialdad que nos caracterizaba últimamente. Me fui con la extraña sensación de que me engañaba más mi vecina que mi propio marido. Una mezcla de sensaciones, de celos, de odio y de deseos, todo junto. Estuve paseando durante buena parte de la mañana. Tenía que dejar pasar un tiempo antes de volver y saber mi verdad. Saber que mi intuición no era sólo el fruto de misimaginaciones paranoicas. Me llené de dudas en ese tiempo y la excitación recorría mi cuerpo pensando que esta situación debiera provocarme más bien la ira que el extraño placer que me envolvía al darle vueltas a todo esto. Subí por aquella escalera como si me fuera la vida en ello, mi corazón latía con tanta fuerza que me daba la impresión que podía oírme. Me acerqué a la puerta y por si acaso no sucedía nada de lo que imaginaba, por si todo eran divagaciones mías, pensaba entrar muy natural… Abrí la puerta como si supiera que habría un mundo fuera y otro esperando dentro. Sabiendo que parte de mi vida podría cambiar en aquellos últimos segundos. Lo primero que oí fue la música, una melodía que no estaba destinada para mí, posiblemente. Caminé por el pasillo de la casa siguiendo la composición musical que, a medida que me acercaba a nuestra habitación, mezclaba sus acordes con unos fuertes gemidos. La puerta estaba cerrada y me quedé paralizada entre el extraño momento de saber que mi intuición no había fallado y ese momento de no saber muy bien si salir corriendo o entrar y gritar de rabia e impotencia. Pero me quedé allí, escuchando de fondo los gritos de mi marido que iban en aumento y eso me produjo una sensación confusa. Nunca lo había oído así, estaba como aterrada pensando que le podía hacer ella para hacerlo gritar de esa forma, y en esos malditos segundos, quise ser él. Sí, él. Quería que ella fuese mía, que esa satisfacción que sentía él, me lo traspasara a mí. Me apoyé contra la pared escuchando y aquellos momentos se convirtieron en una pesadilla de placer.. Mis manos sin saber muy bien por qué, empezaron a recorrerme a mí misma, me guiaban por su cuerpo, por el cuerpo de ella que tanto deseaba yo, quería tenerla mía, quería que ella se pusiera encima de mi, me besara apasionadamente como lo hacía con él posiblemente, necesitaba aquellos labios sensuales paseándose por mis erectos pezones, como los tenía yo ahora mismo. No podía creer lo que estaba haciendo allí… a dos pasos de ellos, oyendo los gritos cada vez más intensos de mi marido, como si fueran a partirlo en dos. Su placer me pertenecía. Imaginaba perfectamente su cuerpo ágil y flexible, retorciéndose por el mío con ese deseo de poseerla, de buscar en ella su pelo, su cuello para besarla, sentir sus labios dulces, susurrarle mil cosas en el oído mientras sus pechos se recostaban sobre los míos y las piernas se nos enroscaban, haciendo de nuestros sexos uno solo. No podía controlarme, mis manos se envolvían por mi cuerpo, cada mano recorría mi ser, una desgarraba con fuerza mis pechos, mientras la otra estaba sedienta de placer, separando todo aquello que encontraba, la goma de mi braga que apartó para dejar paso a mi locura, buscaba mi sexo como si fuera el de ella, mis dedos se encontraban con los labios húmedos llenos de líquidos rebosando de mi interior. Me empujaba a mí misma contra la pared en un intento de ser abrazada, de estar recostada, mientras me sentía poseída por mis imaginaciones y por los gritos procedentes del interior de la habitación. Por un instante dudé en entrar, tenerlos para mí a los dos, el deseo y el odio juntos. Pero mis piernas me retenían allí presa mientras iba llenándome de un mar de orgasmos entre mis dedos, que entraban y salían por mi sexo sin parar, al mismo tiempo que la música me guiaba en aquellos compases de locura y desenfreno total. Sudaba por mi cuerpo, empapando mi vestido de placer, mis labios sólo pronunciaban callados gemidos, llenos de un goce incontrolable, las piernas me temblaban, casi no podía tenerme en pie de tanta excitación que me estaba produciendo todo aquello. Uno tras otro sentía aquellos espasmos en mí, casi me dejé caer exhausta de rodillas en el mismo suelo. Y sonó el maldito timbre de la puerta en el momento preciso que nunca debiera suceder, justo cuando yo casi había perdido ya la orientación del lugar donde me encontraba. Sonó una y otra vez. Tuve que reaccionar alocada y fríamente y salir corriendo hacia la puerta, tratando de simular que yo llegaba en ese momento de algún otro lugar. Me sentía en esos instantes como si la sorprendida en realidad fuera yo y no él. Abrí la puerta y allí estaba, con su perfume, delante de mí, ella mirándome mientras yo trataba de comprender qué me decía... que repitiera aquellas palabras de nuevo... Paró la música y pude oírle de nuevo. “Dile a mi marido que puede subir si acabó el trabajo, que ya está la comida”.... Miré hacia atrás.... Tiempo de sueños J.L Feijoo-Montenegro
Intuición femenina content media
1
2
13
Irene Gutiérrez Coranti
18 feb 2021
In Relatos Eróticos
Una brisa entró por la ventana y el suave roce de las cortinas me despertó de mi sueño. Estaba en mi cama, desnuda y sola, tumbada boca abajo. Observé mi cuerpo reflejado en el gran espejo de la habitación, mi contorno desnudo sobre las sábanas blancas, desperezándome en el amanecer. Aquella brisa que había invadido la habitación cargándola de calor hizo que una extraña sensación se apoderara de mí. Alguien retiraba mi cabello suavemente mientras yo aún seguía postrada sobre la cama. Sentí un beso sobre mi pelo, su aliento entre mi cabello. Aquel beso me estremeció, siguió despacio por mi nuca y bajó por mi cuello, su lengua buscando el sabor de mi piel. Aunque no podía moverme, conseguí mirar hacia el espejo. Allí estaba yo, sola con mi desnudez. Cerré los ojos. Aquel beso seguía el curso de mi cuerpo por la espalda, deteniéndose en cada poro. No tenía prisa, la lengua jugueteaba por ella, buscando cada instante mío, cada sensación que sabía que me estremecería. Era como si me conociera, recorría mi columna con placer, se paraba una y otra vez para mezclar sus besos con las caricias de sus labios, mojando mi piel con su lengua. Siguió con su beso hasta llegar al ombligo de mis nalgas. Su lengua hizo un círculo constante sobre él, lo que me excitó aún más. Poco después retornó a su viaje con aquella lentitud desesperante, centímetro a centímetro, bajando por las laderas de las nalgas para introducirse en el interior de uno de mis muslos. Aquel beso parecía no tener fin. Siguió aquel recorrido alocado dejando mis muslos deseosos de aquellos besos para proseguir por la pierna, llegando hasta mis pies. Me miré de nuevo al espejo, quería verlo, pero no estaba, sólo me veía a mí jugando con mis dedos en la boca, sintiendo cada segundo de aquel amanecer. Sus labios y besos jugueteaban con los dedos de uno de mis pies. La humedad de su lengua introduciéndose entre ellos, uno a uno, me descubrió nuevas sensaciones. En cada dedo sentía un placer diferente, cada beso me provocaba una sacudida mientras mi cuerpo se estremecía cada vez más y mi sexo se empapaba de visiones. Pasó a los dedos del otro pie, era increíble y fascinante la sensación de empezar de nuevo. La humedad de sus besos, la frialdad de su lengua, hacían que mi cuerpo se agitara cada vez más. Volvió a deleitarse en cada uno de mis dedos, la lengua se recreaba con el contorno de cada uno, introduciendo entre ellos, con pinceladas maestras, la punta de su lengua. Empezó a remontar lentamente por mi excitado cuerpo mientras mis labios me comían a mí misma, mi lengua se paseaba por mi dedo, me observaba en el espejo y veía mi cara de placer, aquel goce desenfrenado sobre las sábanas que me hacía retorcerme para entregarme a aquellos besos. Seguía subiendo, rozando mi piel sólo con la punta de su lengua. Se deslizó sobre el interior de mi otro muslo, mis nalgas se convulsionaron al sentirla tan próxima, se abrían y cerraban en un extraño movimiento, como si quisieran indicarle el camino de mi cuerpo. Se paró en una de mis nalgas, mordisqueó con sus labios y me endulzó con su lengua, dejando que su aliento se introdujera en medio de mis nalgas, y siguió subiendo. Mi cuerpo se estremecía de placer, cada centímetro de su recorrido era una sensación nueva, mi lengua mojaba mis labios, mis dedos jugaban entre ellos, buscando el interior de mi boca aún más sensaciones, mientras me observaba en el espejo en aquella soledad desenfrenada. Llegó a mi cabello de nuevo, aquel placer sin prisas, aquella locura en la madrugada, y le quise dar todo. Me volví para darle la otra parte de mi ser. Quise mirarle, pero sus labios cerraron mis ojos. Sus besos no paraban, lo que provocaba un sinfín de deseos en mí. Sus sinuosos labios rozaron los míos, contuve la respiración mientras pasó despacio por mi garganta y se acercó a mis pechos. Aquellos rodeos sin prisas sobre su contorno… fue tal la sensación que creí que me iban a estallar de tanto placer. Me miré en el espejo, parecían volcanes a punto de reventar, los pezones empujados a la locura, erguidos como jamás los había visto al sentir aquellos labios posados sobre uno de ellos, su lengua jugando con mi areola, recorriendo con su humedad cada milímetro de tan dulce placer, para después amamantarse y saciarse de mi pezón, repitiendo en seguida lo mismo con mi otro pecho. En esta locura del amanecer, mientras mi cuerpo continuaba postrado sobre aquellas sábanas empapadas de placer, el beso se desprendió de mis pezones para seguir su recorrido, aquel por donde iba dejando las huellas de su seducción. Ahora vagaba a mis costados y me estremecía la sensibilidad con la que caminaba sobre mi piel. Se aproximaba a mi parte más codiciada, una de mis piernas se recostó sobre la sábana para dejar llegar aquel soplo de besos húmedos sobre mi sexo. No había prisa, pero lo llamaba con mis movimientos, me miraba al espejo y veía mi cara desencajada de tanta excitación, apretando con tanta fuerza uno de mis puños que las uñas se me clavaron en la palma de la mano. Se acercó con su maravillosa fuerza sobre mi sexo, mi pequeño bosque ensortijado le recibió, noté cómo un pequeño hilo de mi humedad salía de mi interior bajando por mis muslos. Quería embriagar aquellos besos de mi humedad, sosegar su sed por el camino recorrido. Sus besos suavemente salvajes encontraron tan preciado líquido. Con su lengua devolvió mi líquido al interior de mi sexo. Allí se juntaron ambos labios como dos desesperados, era un beso de locura. Apretándome sin soltarse, introdujo en mi interior aquella lengua para saciarse aún más de mis néctares. Una y otra vez sus labios mordisqueaban los míos, su lengua entraba salvajemente en mi interior, mezclándose ambos líquidos dentro, le llené del mío, sacié toda su sed de placer en él, una y otra vez. Cada beso, cada movimiento de su lengua en mi interior, era un sorbo de placer, parecía no saciarse, y yo le daba más y más... Cerré los ojos para olvidarme de todo, me giré mil veces sobre la cama, comprimiendo aquellos segundos eternos y gozosos para dejar paso, más tarde, al silencio de mis jadeos. El viento dejó de soplar, la cortina desistió de ser el abanico de mi calor y yo dejé que el sueño volviera a invadir aquel amanecer. Tiempo de sueños J.L Feijoo-Montenegro
El beso content media
0
0
2
Irene Gutiérrez Coranti
18 feb 2021
In Relatos Eróticos
Hasta el día en que este relato cayó en mis manos nunca hubiera imaginado que pudiera excitarme tanto con la lectura erótica, ni tan siquiera me había planteado nunca leer algún libro sobre el tema y por supuesto siempre consideré que mí vida sexual la tenía resuelta con las típicas noches de sábados y alguna que otra noche esporádica y desde luego, sin ayuda de la lectura. Pero una mañana, rebuscando entre unos papeles de mí marido, encontré el relato en cuestión. Al principio no le di mucha importancia y me lo llevé para el salón para leerlo más tarde, aunque tengo que reconocer que pasé parte del día pensando como sería un relato erótico e imaginando cosas. Llegada ya la noche y estando los dos le pregunté de qué iba aquel libro, me contestó que era un simple relato erótico y que se lo habían dejado. Creo que se ruborizó un poco con lo que mí curiosidad aumentó por leerlo. Ese día hacía mucho calor y eso hizo que sólo llevara puesto un camisón de seda y unas bragas. Vestida de esta manera me tumbé cómodamente en el sofá y empecé la lectura, sin tener idea de lo que iba acontecer más adelante. Él estaba sentado al fondo del salón, frente a mí, corrigiendo algo sobre una mesa, casi sin prestarme en aquellos momentos mucha atención. Al principio me pareció algo aburrido, tengo que reconocerlo, pero a medida que me fui introduciendo en la lectura, no sé, algo extraño fue sucediendo en mí. Mientras leía, instintivamente, puse una mano sobre mí sexo, encima de mis bragas. Iba acariciándome poco a poco, casi sin darme cuenta, muy lentamente, con movimientos circulares y notando una excitación extraña en todo mi cuerpo. Nunca había hecho lo de tocarme, hasta ese día me parecía que no tenía mucho sentido teniendo marido. El caso que yo seguía leyendo el relato en una mano y con la otra seguía rozando mis bragas, cada vez más insistentemente. Estaba tan absorta y caliente, que casi había olvidado que mí marido estaba allí El relato era ahora de lo más excitante, según pasaba las hojas más cachonda me iba poniendo. Observé a mí marido de reojo, él seguía sentado frente a mí haciendo su trabajo, como si yo no existiera. Por instinto doblé las piernas para que no me viera, era como si me avergonzara de lo que estaba haciendo. Ahora estaba tan excitada que mis dedos casi perforaban mis bragas, empapándolas casi sin darme cuenta. En el salón había un silencio sepulcral, sólo el roce de los dedos en el algodón y un pequeño jadeo resonaban en el ambiente. Trataba de contener la respiración, no quería que él me viera así de cachonda. Sin darme cuenta ya tenía la mano por el interior de mis bragas y jugaba con mí vello, ensortijándolo como si fuese el pelo de otra persona a la vez que iba, poco a poco, jugando con mí sexo y calentándome minuto a minuto mucho más. Sólo un ruido que él hizo en ese momento hizo que dejase de leer e instintivamente retirara el relato hacia un lado. Me había visto y me sentí como una niña cogida en falta, como haciendo algo malo. Me estaba mirando, absorto; me puse muy nerviosa y por un momento creí que iba a decirme alguna grosería, pero no. Se levantó muy sigilosamente y fue a cerrar la puerta de la habitación de los niños. A la vuelta, lejos de sentarse conmigo como yo esperaba y decirme algo, se sentó de nuevo ante su mesa de trabajo observándome. Me di cuenta entonces de que seguramente estuvo mirándome todo el tiempo y creo que se había puesto de lo más cachondo a la vez que sorprendido. Tengo que reconocer que la situación era de lo más alocada, él me había visto y no dijo nada. Tal vez quería saber hasta donde podría llegar yo. Seguí con el relato sabiendo ahora que él me miraba, eso hizo que el morbo aumentara mucho más en mí, las manos se introducían directamente entre mis bragas y mí vagina, me estaba poniendo más caliente y cachonda de lo que nunca había estado. El relato me pedía que siguiera, mis dedos iban a los labios de mí sexo una y otra vez. Empecé a notar toda la humedad que ya tenía, el dedo rozaba mi clítoris repetidamente al mismo tiempo que leía el relato. Ese dedo se movía por mi sexo sin parar, era tan excitante que en un momento dado lo introduje un poco y en ese instante empecé a sentir tanto placer que dejé el relato a un lado y miré a mi marido. Noté en sus ojos que estaba alucinando y al mismo tiempo muy excitado, no daba crédito a lo que estaba sucediendo, pero me dejaba seguir sin interrumpirme. Introduje más el dedo en el interior de mi vagina y supe que iba a tener un orgasmo, era la primera vez en mi vida que lo iba a tener así, entre los pocos que había tenido. Tengo que reconocer que somos muy típicos haciendo el amor. Si tengo la suerte de tener uno antes que él, pues muy bien, y si no… ya entendéis, él se corre y se acabó todo. El caso es que noté que me iba a llegar un orgasmo y por primera vez masturbándome yo misma, controlando la situación, la manejé yo. Miré hacia mí marido y así, sentada sobre el sofá y observando su expresión de asombro, introduje una y otra vez mi dedo repetidamente hasta el fondo de mí sexo y lo conseguí. Quedé un buen rato así, esperando que él dijera algo. Se había excitado tanto viéndome que, ante mi asombro, ahora él empezaba a tocarse también. Eso me gustó de tal forma y me hizo ganar tanta confianza al mismo tiempo, que me excité de nuevo rápidamente. Aún no había leído prácticamente la tercera parte del relato, así que decidí seguir haciéndolo mientras él me contemplaba. Reconozco que había entrado en aquel salón un clímax extraño de morbo cómplice. Él allí tocándose sin acercarse a mí y yo sobre el sofá excitadísima y haciendo lo mismo. Cada uno haciendo algo que jamás pensé que podría ocurrirnos. Volví a coger el relato y proseguí la lectura, era todo tan excitante que mi mano volvió a posarse sobre mi sexo húmedo mientras seguía leyendo, mis pezones se estaban poniendo tan duros como jamás los había notado en la vida, se percibían a la vista bajo mí camisón de seda, tenía ganas de que él pusiera su lengua sobre ellos, que me los tocara, los besara, pero él seguía allí, tocándose y disfrutando del momento, de esa visión que tenía delante; me sentía como una zorra en esos momentos ante él, la verdad es que nunca creí que pudiera llegar a hacer aquello. Pero todo lo que leía en el relato me llevaba a sentirme identificada en esos momentos. Mis manos seguían recorriendo mí sexo una y otra vez mientras leía; hice algo que nunca (bueno…ese día creo que hice de todo) creí que llegaría hacer. Tanto me excitó la situación que yo misma me introduje en el relato y mi mano fue bajando hacia mí culo. Era increíble, despacio con un dedo me fui acercando al ano, mientras con la palma de la misma mano rozaba el coño. Hacia movimientos de arriba hacia abajo, mis nalgas se levantaban y volvían bajar como tratando de penetrarme yo misma, apretaba mis muslos sobre la misma mano y con un dedo tocaba ya mi ano muy despacio, jugando con él; no daba crédito a lo que estaba haciendo, pero os puedo asegurar que estaba excitadísima, nunca me había tocado ahí, en esa parte y ahora estaba allí con mi marido enfrente masturbándose como un loco viéndome en esa situación que aún no se cómo aguantaba para no venir junto a mí. No sabía si llegaría a meterme el dedo dentro del culo, era sensacional todo aquello, con la palma de la mano llegaba a tocarme el clítoris y con los dedos llegaba entre mis nalgas y al mismo tiempo sujetando el relato como podía con la otra mano, era increíble. Me sentía poseída, mí lengua paseaba por mis labios una y otra vez al mismo tiempo que me los mordisqueaba. Entonces volvió a suceder, tuve que tirar los papeles un momento porque noté que me llegaba otro orgasmo, el segundo. Era la primera vez que iba a tener más de uno y no quise desaprovecharlo, grité con fuerza repetidamente, casi rompía las bragas, que no me había quitado de tan caliente que estaba y con tanto movimiento entre ellas y la mano dentro se rompían. Fue sensacional, quedé tirada de nuevo por un momento sobre el sofá jadeando y mirando hacia mí marido que seguía con su polla en la mano masturbándose como un loco; no sé ni como aguantaba tanto, él. ¿Qué podía hacer? ¿Seguir leyendo el relato? Él no me decía nada, con su mirada de placer lo decía todo; hasta su polla me parecía ahora más grande de lo normal, era como un desconocido para mí y yo me sentía como si fuera alguien diferente para él, otra mujer. Seguía excitadísima aún, no comprendía que me estaba pasando, por fin me encontraba a mí misma, sabía de los orgasmos múltiples pero nunca creí que llegaría a pasarme a mí. Me quité las bragas a la desesperada, sentía que necesitaba más y volví a coger el relato, me estaba volviendo loca por seguir leyéndolo, la situación bien lo merecía y seguía tan excitada... Mi mano, de nuevo, se posó sin más sobre mi sexo, era como un ritual mientras seguía con la lectura, que por cierto cada vez era más y más excitante y perversa. Y ahora ya, con todo el descaro del mundo, él, más salido que nunca, se quitó la ropa y se tumbó justo frente a mí, desnudo completamente en otro sofá. Me sentía tan zorra, tan libre en esos momentos, que intenté emular lo que estaba leyendo, mí dedo pulgar se fue introduciendo en el interior de mi coño y mientras me iba penetrando poco a poco hacia dentro y en dirección de mi ano, conseguí al mismo tiempo con otro dedo de la misma mano, que estaba todo húmedo de mi coño, que entrara perfectamente por el ano, haciendo una especie de tenaza con la mano. Como si fuera penetrada por dos a la vez, seguía tocándome. No sé ni como podía leer, pero el relato era lo que me estaba volviendo loca de placer, como si yo misma estuviera en él. Buscaba algo dentro de mí, como si supiera que allí, justo allí, donde mi dedo gordo empujaba, encontraría algo; lo hacía una y otra vez, todo con cierta suavidad para poder seguir con la lectura y al mismo tiempo con mi placer sorprendentemente inacabable. Quería descubrir ahora cada rincón de mi cuerpo, seguía manoseando mi coño y mi trasero muy despacio, acompañada de la lectura y sabiendo que él seguía observándome y casi haciendo los mismos gestos que yo, hasta observé un momento que él había puesto una de sus manos sobre su ano al mismo tiempo que se masturbaba. Y volví a encontrar el placer, con un dedo metido en mi ano y otro en el coño a la vez, casi se tocaban, sentía su roce entre ellos, el uno con el otro, volvió la locura, fue tan rápido que casi rompo las hojas del apretón que le di. Me estaba llegando otro orgasmo bestial, grité y empujé con fuerza mis dedos uno sobre el otro, para que casi se juntaran dentro de mí, el del ano buscaba al de mi coño y allí los dos juntos me dieron el placer tan deseado en ese momento como en el relato, el de ser poseída por dos lados a la vez. No me lo podía creer, todo aquello por un relato erótico y aún no había acabado. Me sentía completamente libre disfrutando de algo nuevo para mí, de mi cuerpo, mientras mi marido seguía allí, más excitado que nunca. Aún no entiendo como podía estar sin abalanzarse sobre mí. Por un momento quise ser penetrada por su polla, que se le había puesto tan grande…pero al mismo tiempo encontraba tan morboso y excitante todo lo que estaba pasando en aquel salón, que casi prefería verlo a él correrse frente a mí, que disfrutara de la zorra que tenía delante en esos momentos, viéndome por primera vez como otra mujer. Mis pechos iban a reventar, jamás creí que se pudieran poner así, los pezones estaban duros, me daban ganas de besarlos yo misma, poder llegar a ellos con mi boca y pasar mis labios sobre ellos, era alucinante el comportamiento que estaba teniendo, no me conocía ni yo misma. Seguía excitadísima, era como si mi cuerpo explotara de placer interminablemente. Recogí el relato del suelo, de los nervios casi ni encontraba la página, seguí con la lectura mientras él no paraba de tocarse, su glande estaba al rojo vivo, sus huevos parecían que iban a explotar, sabía que no podría aguantar mucho más y eso me excitaba a mí también, verlo ahí delante, descaradamente, haciendo algo que nunca le había visto hacer. Éramos como dos desconocidos llenos de placer y morbo. Volví con mi mano de nuevo hacia mi coño, quería llenarlo de nuevo con mis dedos, mi clítoris estaba fuera completamente, lo notaba, jugaba con él y me producía una excitación fuera de lo común, era todo placer y sexo, no había palabras de cariño, en realidad no había ninguna, sólo sexo. Seguía jugando al mismo tiempo con mi lengua, me mordisqueaba los labios y miraba de vez en cuando a mi marido, le volvía loco cada vez que lo hacía. No daba hecho, con el relato en la mano, leía como podía, mí mano se fue hacia unos de mis pechos, empecé a jugar con ellos una y otra vez mientras seguía leyendo. Volví a tocar mí sexo una y otra vez sucesivamente, sin parar ni un momento, mis piernas se apoyaban sobre una mesita que tenía enfrente, estaba completamente abierta, introduje de nuevo uno de mis dedos dentro, empujando suavemente sobre mí y en dirección al ombligo, una y otra vez, jugaba con esa parte, metía y empujaba instintivamente hacia mi interior, no entraba mucho, como cinco centímetros, pero era algo raro lo que estaba encontrando y nuevo, seguí así sin parar, cada vez más insistentemente "Dios mío, que placer", sólo pude decir eso. El cuaderno me cayó de las manos, no pude ni sostenerlo, había encontrado algo ahí y mis manos empezaron a temblar, con la otra mano fui hacia mí pecho y lo cogí como cuando daba de mamar a mis hijos, empecé apretar y empujar sobre el pezón, mientras la otra mano seguía descubriendo el placer. Miré hacia mi marido, él sabía que me estaba ocurriendo algo diferente pues se puso loco de excitación y a menearse la polla como nunca lo había visto hacer al verme así. Apreté con fuerza mi pezón una y otra vez, mis dedos habían encontrado algo en mí interior que me estaba volviendo loca y sucedió. Algo había allí y encontré todo el placer del mundo. Mi marido empezó a correrse como un loco observándome mientras mi mano sobre el pezón apretaba tanto que creí que me saldría también una corrida por el mismo. Al mismo tiempo dentro de mí surgió tal explosión que no sabía que pasaba exactamente, no sé como describir aquello, gritaba y jadeaba, mis piernas se encogían y estiraban, mi dedo seguía tocándome, no sé el tiempo que duró aquello, observaba a mi marido como me miraba, como su corrida salía de su polla una y otra vez a golpes de su mano, mientras mi cuerpo se convulsionaba de placer. Quedamos tirados cada uno sobre su sofá, yo muerta completamente de placer y él, por lo que podía ver igualmente, observé el relato tirado en el suelo, lo recogí como pude y vi que aún me faltaban un par de capítulos... Tiempo de sueños L.J Feijoo-Montenegro
Historia de un relato content media
0
0
2
Irene Gutiérrez Coranti
30 ene 2021
In Rompiendo Mitos
Los hombres siempre quieren y están preparados para el sexo Me encantaría saber qué piensas sobre esta frase y compartir reflexiones. ¿Es cierto que el hombre siempre está disponible para tener relaciones sexuales? ¿Los hombres siempre tienen más disposición que las mujeres?
¿Verdadero o Falso? content media
0
0
1
Irene Gutiérrez Coranti
03 dic 2020
In Relatos Eróticos
Eva llegó a la puerta de su edificio cargada de bolsas. Hubiera traído un carro del supermercado, como había visto hacer a algunas vecinas, pero a ella le parecía mal, así que las llevó con la mano. Se paró en la puerta del portal mientras sacaba las llaves del bolso, dejó la puerta abierta y trató de mantenerla así mientras hacía de nuevo el grupo de bolsas con la otra mano. Subió los tres escalones que la separaban del ascensor; el portal no era demasiado grande, pero hacía su función. Se sobresaltó al ver junto a los buzones al chico del quinto. Tenía unos veinte años, moreno, de facciones agradables, pero no hablaba mucho. A pesar de haberse cruzado varias veces en el portal, nunca habían intercambiado más que un “hola” amable y poco sentido. Ese momento no iba a ser menos. -Hola. -Hola —contestó él con una sonrisa, para luego cerrar el buzón. El chico –que se llamaba Jorge pero ella no lo sabía– pasó, encogiéndose detrás de ella para no rozarla, camino a las escaleras. Eva sólo sabía que vivía en el quinto. -¿Vas a ir andando hasta el quinto? —le preguntó. -Bueno…no sé… -Va, sube al ascensor. Cabemos los dos, y yo me paro en el tercero. -Vale. Es que como estabas con las bolsas… -No te preocupes, nos haremos sitio, además así me ayudas a entrarlas en casa. ¿Vale? —dijo Eva. El ascensor no era muy grande. Jorge abrió la puerta a Eva y la vio dejar las bolsas dentro. Ella tenía treinta y dos años, y no había perdido ninguna forma en absoluto. Jorge, a pesar de sus veinte y ser mucho más joven que ella, no pudo evitar fijarse en su trasero, embutido en unos vaqueros algo gastados, cuando Eva colocaba las bolsas en el suelo. Ella le vio mirarla desde el espejo y se dio prisa en terminar de colocar las bolsas. Se había avergonzado un poco, a pesar de que ella no era nada vergonzosa, pero no le había desagradado ver que un chico mucho más joven la mirara. Eva miró al joven mientras entraba al ascensor, algo cortado. Nunca se había fijado en él, pero la situación había hecho que ahora lo hiciera. Y pensó que no estaba nada mal. Pulsó el botón que la llevaba al tercero y posó su vista en el suelo. Llevaba una blusa de cuadros rojos y blancos, y por el rabillo del ojo pudo ver que Jorge le miraba la zona donde empezaban sus pechos, justo en el comienzo del canalillo, que era lo único que podía ver. Al sentirse descubierto, desvió la mirada hacia el techo y se sonrojó. La situación era extraña para Eva, y además la hizo sentirse bien. Mientras subían en el ascensor pensó en la relación con Carlos, su marido, que se había convertido en algo rutinario en los últimos dos años. Pensó en cuánto tiempo hacía que no tenían momentos en la cama, que no la acariciaba como al principio, que no la hacía sentir esos maravillosos orgasmos… Se dijo que algo empezaba a faltar en su relación, y empezó a imaginarse con aquel joven en la cama, tocando sus brazos juveniles, su torso suave. El ascensor llegó y notó calor en sus mejillas. ¡Se estaba ruborizando! Se agachó a recoger las bolsas, ofreciendo a su acompañante de ascensor una visión panorámica de la parte superior de sus pechos, sin darse cuenta. Jorge se apresuró a coger las bolsas que Eva le dejó en el suelo de la cabina. Salió detrás de ella y esperó a que abriera la puerta de su casa. La siguió hasta la cocina, donde dejó las bolsas sobre la encimera, junto a las de ella. -Bueno, pues entonces me voy ya. -Gracias… —empezó ella. -Jorge, me llamo Jorge. -Y yo Eva —contestó ella—. Gracias por ayudarme con las bolsas. -De nada. Hasta otra. -Adiós. Cuando Eva cerró la puerta del piso, se dejó caer suavemente contra ella, suspirando. Empezó a imaginarse desnudando al joven en la cocina, besando su cuello, acariciando su espalda… Se obligó a cambiar sus pensamientos. Estaba casada y no tenía intención de pensar en ello, en ese momento. Se sintió mal, sucia, aunque en el fondo sabía que tener esos pensamientos, si sólo eran eso, pensamientos, no era tan malo. Si al menos Carlos la tratara como antes…no es que no se quisieran, pero el tiempo hace mella en cualquier pareja y Carlos últimamente andaba muy distraído por culpa del trabajo y ella se sentía en algunas ocasiones “sola” , por eso siguió con su tarea de guardar la compra pero no por ello podía dejar de pensar en Jorge. Aquella noche fue como muchas otras. Carlos llegó, como siempre, cansado. Se sentó en el sofá y pidió la cena. Estando sentados a la mesa, ella le observaba, recordando cuando se conocieron. Los primeros años de matrimonio eran una locura; todo era llegar a casa y amarse como locos. Estaban sedientos de caricias y ahora, sin embargo, un beso casto en la mejilla y un leve roce alguna que otra noche. Casi sin preludio, le hacía el amor. Ella se sentía vacía, sin atreverse a decirle que eso no era lo que ella esperaba, que le seguía amando, y que quería más. Necesitaba sentir ese deseo de los primeros años, y, sin querer, volvió a imaginarse el joven vecino. Al acostarse fue como siempre: media vuelta, oír cómo Carlos se quedaba dormido en apenas unos minutos. Ella dio un leve suspiro y, de nuevo, rondaba Jorge en su cabeza. Casi sin poder evitarlo, dejó deslizar su mano hasta llegar al tanga. Sus dedos juguetearon sobre él, sin dejar de pensar en cómo sería hacer el amor con Jorge. Se dejó llevar por su fantasía, cerró los ojos e imaginó que sus dedos eran los del adolescente, que apenas la rozaban por encima. Por un instante se ruborizó, al pensar en ello, pero no dejó de hacerlo. De esa forma, siguió jugando con sus dedos, enterrándolos por dentro del tanga, dejando escapar entre sus labios ligeros gemidos que ahogó con la almohada. Minutos después llegó al orgasmo, sin apenas moverse, después de sentir su corazón acelerarse con la excitación. Escuchó a su marido durmiendo plácidamente. Al día siguiente, de nuevo las prisas de la mañana, llegar al trabajo y la rutina de siempre. Al llegar a casa, recibió una llamada telefónica de Carlos. -No iré a cenar, tengo trabajo atrasado —dijo él. “Bueno”, pensó ella, “otra noche sin cena”. Cuando Carlos no iba a cenar, ella apenas probaba bocado. No se sentía con ganas de ensuciar la cocina. Se dio una ducha, se enfundó en un albornoz y recogió con un moño su pelo rubio. Se sentó frente al televisor con un bocata frío. Entonces llamaron a la puerta. Se acercó y la abrió. Cuál fue su sorpresa al ver a Jorge sonriendo. -¡Vaya! Lo siento. ¿Llego en mal momento? —la miró de arriba abajo sin pudor alguno, y Eva, de una manera impulsiva, cerró el escote en el que se adivinaba un profundo canalillo. -No, perdona. Acabo de llegar y estaba cenando —contestó Eva. -Verás, hoy hay reunión de vecinos, es en media hora. -Cierto, qué despiste. Gracias, en unos minutos me visto y bajo. Se miraron, se sonrieron y poco más. Ella cerró la puerta. Sintió que tenía las mejillas ardiendo, recordando cómo la había mirado aquel chico. Se preguntó cómo era posible que hubiera olvidado la reunión, así que no perdió más tiempo y se dispuso a arreglarse un poco. La reunión fue tan aburrida como de costumbre. Que si las luces de la escalera, que si el vado para el garaje, que si el señor de la limpieza, que si los atrasos… Quizás por eso se perdió en sus pensamientos, oyendo el parloteo del resto de vecinos. Jorge estaba de pie, frente a ella, mirándola con descaro y sonriéndole de vez en cuando. -En seguida entro —dijo Eva de pronto—. Voy a fumarme un cigarrillo. Consideró que así se apartaría un poco de aquel ambiente que empezaba a parecerle opresivo. No contó que Jorge la seguiría. -Hola Eva. -Hola Jorge. -Son un rollo estas reuniones, ¿no? —dijo él, como tratando de romper un poco el hielo. Apoyaron cada uno la espalda a un lado de la puerta. —La verdad es que sí, pero hay que hacerlas. Son necesarias para la buena convivencia del vecindario, ¿no crees? —Claro —contestó él sin dejar de mirarla con esos ojos penetrantes que tanto la turbaban. Ella decidió llamarle la atención, no podía ser que aquello escapara así de su control. -Oye, ¿por qué me miras siempre así? -¿Así cómo? —preguntó Jorge, algo nervioso. -Así, con tanto descaro. ¿No sabes que puedes molestar a alguien? -¿Te he molestado? -No, no… —contestó ella—. Pero podrías molestar a alguien y podrían llamarte la atención y… -Estás muy buena —dijo él de sopetón. -¡¿Qué?! —esa sí que era buena. “Este chico es un descarado”, pensó—. ¡¿Pero qué te has…?! -Perdona, lo siento —se apresuró a decir Jorge—, pero te digo lo que pienso. Y lamento si te estoy ofendiendo. El adolescente, que a ella le parecía que de adolescente no tenía tanto, se metió en la escalera. Cuando Eva entró ya no estaba. Seguramente había subido a su casa. A ella le hizo mucha gracia, y la animó. Que un jovencito al que doblaba en edad le dijera que “estaba buena”, la llenaba de gozo. Eso quería decir que aún estaba bien a ojos del mundo. Se sintió muy orgullosa, y pensó en qué pasaría si Jorge se atrevía…, si ella se atrevía. Volvió a turbarse, y su cara a enrojecer de inmediato. Se llevó una mano a la mejilla. La vecina del primero se acercó a ella. -¿Te encuentras bien, hija? -Oh, no…, quiero decir sí…, eh… Ha sido un día un poco duro para mí —atinó a contestar—. Creo que subiré a tomarme algo, no me encuentro demasiado bien. Llamó al ascensor y se dio cuenta de que los vecinos la miraban, a pesar de haber continuado con la reunión. Mientras el ascensor bajaba, no podía dejar de pensar en Jorge. “Tampoco es tan adolescente, debe tener como veinte años”. El ascensor llegó, y sin darse cuenta, o siguiendo quizá algo marcado por su subconsciente, pulsó el botón del quinto, en lugar del cuarto, que era su piso. Al llegar al quinto se lo pensó mejor, y bajó andando el único piso que le separaba de su casa. Pero al llegar a su rellano, se encontró a Jorge en la puerta de su casa. -¿Qué haces aquí? —preguntó ella sin siquiera mirarle a los ojos. -Solo comentarte lo que antes te dije, que no era mi intención que te enfadaras. -¡No sé a qué te refieres! —estaba mintiendo, por eso siguió abriendo la puerta sin mirarle a la cara. —Y ahora, ¿quién está siendo descaradamente mentirosa? —le dijo Jorge, no sin dejar de sonreír. Eva se dio la vuelta en el umbral de su puerta y le miró a los ojos. Quiso preguntarle que qué se creía; quiso decirle que era un mocoso y que no se pensara que podría amedrentarla con su descaro, pero… -¿Quieres un batido? —le preguntó, por el contrario, y con un tono de picardía. -Si tú me lo preparas, me lo tomaré. Mientras Eva caminaba hacia la cocina, y regresó después con unos refrescos, sonó el teléfono. Jorge bebía del refresco observando la expresión de ella, que por unos segundos pudo ver un rictus de tristeza. Ella contestaba con monosílabos. Al colgar el teléfono, él le preguntó: -¿Todo bien? —¡Oh, sí, claro!. Era mi marido, que con su dichoso trabajo al final no ha podido cambiarse la guardia. Él la miro pensando “¡Guardia!”, a lo que ella al instante le dijo: -Es médico, y esta semana le toca guardia. Hace días que apenas nos vemos, pero le ha sido imposible encontrar a alguien que le reemplace. Esta vez la miró con más descaro que antes. Eva llevaba una falda y una blusa de botones, en la que se podía apreciar ese canalillo con el que él había soñado en más de una ocasión, y esta vez la tenía enfrente y estaban solos. Por unos instantes, Eva parecía saber lo que él pensaba y le vio sonrojarse. Sin darse cuenta, jugueteó con sus dedos en la abertura de su blusa, mientras bebía. Estaba algo desconcertada por las sensaciones que sentía y que, de alguna forma, le traía recuerdos no muy lejanos, de cuando estaba cerca de Carlos; cuando aún eran novios. -¿Has sido infiel a tu marido alguna vez? —se atrevió a preguntarle Jorge, a la vez que se sentaba a su lado, en el sofá. Eva le miro a la cara y, con una risa, le contestó: -Pero, ¿qué pregunta es esa? —se levantó de un brinco. Cuanto más cerca lo tenía, más lo deseaba. Le asustaba; ese descaro le gustaba por mucho que se hiciera la ofendida. -¿No has estado nunca con un hombre más joven? O, ¿es que te da miedo probarlo? —Jorge se levantó y se puso detrás de ella, muy cerca de su oído; casi susurrándole. Al darse la vuelta, se encontró con Jorge apenas a unos centímetros de su cuerpo. Casi podía sentir sus latidos. Ella dio unos pasos hacia atrás y Jorge se iba acercando poco a poco. Ella chocó con la pared. No quería demostrarle cuánto la turbaba tenerle tan cerca, y alzó la cara para contestarle, pero no tuvo tiempo. Jorge la agarró por la cintura, apretándola contra su cuerpo y besándola. Sintió como le mordía los labios y ella, entre gemidos, quiso rechazarlo. Pero él era más fuerte. Jorge la apretó aún más contra su cuerpo, sin dejar de besarla, hasta que ella dejó de luchar y se rindió al deseo de ambos. Se besaron buscándose, contra la pared, como si fuera lo que hubieran anhelado toda la vida. Gemían, sus lenguas luchaban frenéticamente dentro de sus bocas. Las manos de ella acariciaban las mejillas de Jorge, mientras duraba el besa, mientras las de él se habían metido dentro de los pantalones de ella, apretando sus nalgas suaves, tersas, temblorosas. Las manos de Eva desabrocharon la camisa de Jorge, rápidamente, y comenzó a empujarle contra el sofá. Sintió un bulto contra su estómago y un cosquilleo de excitación en su interior. Las manos de Jorge seguían manoseando sus nalgas, buscando la abertura que las separaba. Al final tuvo que retirar las manos para poder quitarse la camisa. Eva vio un torso joven frente a ella, y no pudo resistirse. Se abalanzó contra aquellos pezones varoniles, a lamerlos y morderlos, desenfrenada. Jorge le quitaba la blusa a Eva como podía. Luego trató de desabrochar su sostén. Se dio por vencido y se lo quitó a la fuerza, sacándoselo por encima de los brazos, como si fuera un jersey, y ante él se irguieron dos pechos que le parecieron perfectos, con unos pezones endurecidos, englobados en dos enormes y sonrosadas aureolas. Esta vez fue él quien se lanzó a por ellos, atrapándolos entre sus dientes, llenándolos de saliva. Eva emitió el primer gemido ahogado de la noche. Jorge tuvo que dejar de palpar y chupar aquellos pechos que cubría de besos, porque Eva se lanzó de golpe hacia sus pantalones. Consiguió bajárselos hasta las rodillas, obligando al joven a permanecer sentado en el sofá. Luego, sin más preámbulos, bajó sus boxer, para observar ese falo de carne, erguido ante ella, palpitante, duro, caliente… Lo miró con más deseo del que creía recordar, y despacio acercó su boca con una sonrisa. Mientras no dejaba de mirarle a los ojos, quería ver en ellos el mismo deseo que ella sentía al tener en su boca su pene que palpitaba como un corazón pero de placer. Jorge echo la cara hacia atrás sin poder reprimir unos gemidos de gozo mientras Eva no dejaba de lamer y chupar y con la mano iba masajeándolo al tiempo, cuando comprendió que lo tenía rendido , se irguió y subiéndose la falda con suma sensualidad sin dejar de observar a Jorge se sentó a horcajadas encima de él y sin quitarse el tanga, solo apartándolo con los dedos, se fue introduciendo poco a poco el pene, acerco sus labios a los de él y mientras lo besaba sentía como gemía, las manos de Jorge no dejaban de acariciar y pellizcar los senos de ella . Eva empezó a galopar con más fuerza y a mover las caderas, con las manos acerco la cabeza de Jorge a sus senos, se apoyó a sus rodillas echándose hacia atrás, y así poder sentirlo más adentro, en unos minutos ambos no pudieron aguantar tanta excitación llegando al clímax casi al unísono en un alarido de placer. Se quedaron así por unos minutos, sin moverse, ella apoyada en su hombro, él le acariciaba el pelo, fue cuando Eva sintió como si despertara de un sueño y de una manera precipitada se levantó sin mirarle y se dirigió al baño, al entrar se miró al espejo, se sentía más confundida que nunca. -¡Dios mío y ahora qué! .- Se dijo en voz alta, tenía el corazón nuevamente acelerado, pero esta vez no era de excitación, era de nervios no sabía cómo salir del baño y mirarle a la cara . -Eva , ¿te encuentras bien?.- llamó a la puerta del baño Jorge - Sí, sí....Enseguida salgo .- Se recogió el pelo con una pinza y se enfundó el albornoz, cuando salió tenía enfrente a Jorge que le sonreía, ella estaba sin poderse mover contra la puerta que había cerrado tras de sí, sin saber qué decirle. Tenía las mejillas ardiendo, apenas se atrevía a mirarle a los ojos, él le acerco la mano a la barbilla, diciéndole: -Será mejor que me vaya, es tarde y querrás descansar, hablaremos!.- y la besó en la mejilla, dejándola así sin moverse en la puerta del baño. La puerta se cerró, Eva siguió sin moverse, ahora no quería pensar, se metió en la ducha como una autómata y se acostó, pero no sin dejar de ver pasar las imágenes que unos minutos antes había vivido con Jorge. Al día siguiente, mientras estaba cenando con su marido le observaba de reojo, sin dejar de pensar en la locura que había cometido la noche anterior, pero que insensata!, aun así, no podía evitar recordar a Jorge y su forma de hacer el amor, le había recordado a Carlos , pero ella seguía amando a su marido y su tentación a pocos metros de ella, mientras estaba medio ausente con sus pensamientos y de fondo se oían las noticias en la televisión Carlos la miro y le dijo: - ¡Tenemos que hablar! Es algo que nos atañe a ambos y hace tiempo que le doy vueltas. Eva notó como sus mejillas subían de tono y que su corazón se iba acelerando, ¿acaso Carlos sospechaba algo?, si era así, debía ser fuerte y decirle la verdad y terminar con ese remordimiento que la tenía angustiada. -Verás, he recibido una oferta de trabajo que, en realidad, hace unos días que le estoy dando vueltas. No quise decirte nada al respecto hasta estar seguro de que valdría la pena. Es un traslado a otra ciudad, pero pienso que nos vendrá bien y además, tendré más tiempo para dedicarte, ¿Qué te parece?.- Eva, mientras le escuchaba, sintió una sensación entre alivio, era como si el destino le quisiera brindar de nuevo la posibilidad de empezar de nuevo. Aquella noche Carlos no se durmió como solía hacer casi al instante, la besó, la acarició y la poseyó de una forma tan intensa como hacía tiempo no ocurría. Sentada en el coche lleno de paquetes y maletas con destino a su nuevo hogar, miroó hacia atrás, creyó ver detrás de unas cortinas una figura masculina, era su tentación al que nunca olvidaría.
Tentación content media
1
0
8
Psicóloga · Sexóloga · Terapeuta de Pareja

Irene Gutiérrez Coranti

Administrador
Más acciones

Irene Gutiérrez Coranti

Sexóloga & Terapeuta de Pareja

Barcelona

c/ Montnegre, 2,

Escalera B 1-1 – 08029

lapsiquedecoranti@hotmail.com

 

Nº Colegio Oficial Psicólogos

27887

  • Negro del icono de Instagram
  • Negro del icono de Spotify
  • Negro del icono de YouTube
  • Black Facebook Icon

L- V: 10h-21h

​​

¡Muchísimas Gracias!

© Irene Gutiérrez Coranti. Todos los derechos reservados.

bottom of page